2005/09/05
¡Otra... otra..!
Una noche de esas en que el aparato éste que está a punto de quitarle lo erectus al homo (y a la homa) sirve de refugio para esconderse del insomnio, Ricardo Velazko y yo estábamos entrados en una plática vía mensajero instántaneo. Por ahí andaba también Thereza López y armamos entre los tres una mini-ciber-tertulia. There nos dijo que estaba metida en un proyecto que recién comenzaba y al que podía llevar invitados.
El proyecto era una especie de juego (nos mandó las reglas por correo electrónico) en el que lo más importante era estar dispuesto a que otra persona realizara las ideas que se le ocurrieran a uno, uno hacer lo de otros y -lo que más grabado se me quedó- cumplir con una regla esencial: Nada de mala leche. No era albur... la regla significaba que para participar en el juego había que deshacerse de cualquier tendencia a la antropofagia. Vaya... que había que respetar y no andarse con mamadas.
Un par de semanas después -también en el mensajero instantáneo- le pregunté a Ricardo si había ido a la reunión que según yo habría ocurrido ese fin de semana. Me respondió que sí y -pa no hacérselas larga (tampoco es albur, porque de serlo me estaría chingando yo solito)- le pedí que hiciera lo necesario para que pudiera yo unirme al juego.
Llegó la sesión siguiente y ahí llegué yo con mis dos objetos para sumarlos al costal. Cartas no llevé, así que permanecí callado un buen rato mientras se comentaban algunos de los videos que ya habían empezado a producirse.
Y ahí fue donde recibí la mejor muestra de que de verdad la cosa iba en buen plan y se trataba de poner todos lo que se pudiera para desarrollarse: Alex y Toti me invitaron a votar en el proceso que definía si una carta se aceptaba o no. Yo, clavado que soy, dije que como no llevaba cartas me parecía que quizá no tenía derecho a emitir juicio alguno. Alex dijo que sí podía, Toti de plano me dijo algo parecido a "Le vas a entrar ¿verdad? ...tons vótale".
Se terminaron las votaciones, las cartas que se aceptaron se sumaron a las que ya había y me aceptaron mis dos objetos (una camiseta de la selección mexicana de futbol que usé en una pieza y La última tentación de Cristo, en VHS). Me dijeron que ya estaba adentro y por lo tanto debía llevar mis cartas a la siguiente sesión de cartas, pero que de todos modos ya podía yo tomar una carta para empezar a darle.
Luego de todos estos meses, pienso que mi balance en cuanto a videos es el más escueto de los que quedamos hasta el final (aunque cumplí con el número mínimo, eso sí), en lo que se refiere a cartas no llegué a las 10 aceptadas, pero estoy conforme con las que se aceptaron.
Participar en Robachicos -ya en el análisis integral- significó una oportunidad de entrarle a una nueva manera de expresión que si bien apenas atisbo, ya me gustó y a ver ahora quién me convence de no usar, jajaja.
Robachicos me permitió también acercarme a gente que ya conocía pero de la que nunca estuve a menor distancia de un "hola, ¿cómo te va?"; conocer a algunos que no había visto jamás y abordar nuevos temas con quien ya estaba cerca. En ese sentido, la ganancia ha sido grande.
Para mí, Robachicos se convirtió en un taller en el que -desde la igualdad- cada uno de nosotros desarrolló una o más de sus facetas como creador, pensador y persona.
El ciclo del juego se cerró en Cholula, sí... Pero... ¡pos qué chingaos...! Yo digo que ya encarrerado el ratón... ¡Pos que chingue a su madre el gato!
¡¿Qué no?!
El proyecto era una especie de juego (nos mandó las reglas por correo electrónico) en el que lo más importante era estar dispuesto a que otra persona realizara las ideas que se le ocurrieran a uno, uno hacer lo de otros y -lo que más grabado se me quedó- cumplir con una regla esencial: Nada de mala leche. No era albur... la regla significaba que para participar en el juego había que deshacerse de cualquier tendencia a la antropofagia. Vaya... que había que respetar y no andarse con mamadas.
Un par de semanas después -también en el mensajero instantáneo- le pregunté a Ricardo si había ido a la reunión que según yo habría ocurrido ese fin de semana. Me respondió que sí y -pa no hacérselas larga (tampoco es albur, porque de serlo me estaría chingando yo solito)- le pedí que hiciera lo necesario para que pudiera yo unirme al juego.
Llegó la sesión siguiente y ahí llegué yo con mis dos objetos para sumarlos al costal. Cartas no llevé, así que permanecí callado un buen rato mientras se comentaban algunos de los videos que ya habían empezado a producirse.
Y ahí fue donde recibí la mejor muestra de que de verdad la cosa iba en buen plan y se trataba de poner todos lo que se pudiera para desarrollarse: Alex y Toti me invitaron a votar en el proceso que definía si una carta se aceptaba o no. Yo, clavado que soy, dije que como no llevaba cartas me parecía que quizá no tenía derecho a emitir juicio alguno. Alex dijo que sí podía, Toti de plano me dijo algo parecido a "Le vas a entrar ¿verdad? ...tons vótale".
Se terminaron las votaciones, las cartas que se aceptaron se sumaron a las que ya había y me aceptaron mis dos objetos (una camiseta de la selección mexicana de futbol que usé en una pieza y La última tentación de Cristo, en VHS). Me dijeron que ya estaba adentro y por lo tanto debía llevar mis cartas a la siguiente sesión de cartas, pero que de todos modos ya podía yo tomar una carta para empezar a darle.
Luego de todos estos meses, pienso que mi balance en cuanto a videos es el más escueto de los que quedamos hasta el final (aunque cumplí con el número mínimo, eso sí), en lo que se refiere a cartas no llegué a las 10 aceptadas, pero estoy conforme con las que se aceptaron.
Participar en Robachicos -ya en el análisis integral- significó una oportunidad de entrarle a una nueva manera de expresión que si bien apenas atisbo, ya me gustó y a ver ahora quién me convence de no usar, jajaja.
Robachicos me permitió también acercarme a gente que ya conocía pero de la que nunca estuve a menor distancia de un "hola, ¿cómo te va?"; conocer a algunos que no había visto jamás y abordar nuevos temas con quien ya estaba cerca. En ese sentido, la ganancia ha sido grande.
Para mí, Robachicos se convirtió en un taller en el que -desde la igualdad- cada uno de nosotros desarrolló una o más de sus facetas como creador, pensador y persona.
El ciclo del juego se cerró en Cholula, sí... Pero... ¡pos qué chingaos...! Yo digo que ya encarrerado el ratón... ¡Pos que chingue a su madre el gato!
¡¿Qué no?!
Rafael Salmones 8:58 p.m.